Más allá de que podemos contextualizar históricamente la estructura cultural y la evolución del material artístico de la Dinastía Ife, estamos ante una exposición que no traspasa el formalismo de entrar a una web o leer una enciclopedia relacionada al tema.
Y si, “enciclopedismo” podríamos llamarle a estas exposiciones muséicas que esconden el corazón exquisito del arte, ya sea contemporáneo o de tiempos remotos, en piezas desempolvadas para el deleite del ojo arqueólogo, acto que sin duda es respetable y de alto valor en cuanto a la conservación histórica del arte y la cultura, pero un tanto reprobables ya que son mostradas con una frialdad que no representa en alto grado lo que cada cultura contiene.
La expo Dinastía y Divinidad de la cultura Ife, nos muestra 109 piezas realizadas en cobre, terracota, piedra y cristal, que han sido cedidas para la itinerancia por Europa y EE. UU., por la Comisión Nacional de Museos del Gobierno de Nigeria, piezas creadas por los yoruba entre los siglos XII y XV.
Es fundamental la relación establecida entre arte y cosmogonía yoruba, la definición de orixas en su cultura, que son los santos, primeros pobladores de la tierra, la presencia de la música en sus manifestaciones artístico religiosas, la representación de los dioses en distintas formas de la naturaleza y su influencia especial en sectores de Brasil, donde los orixas o yorubas llegan como esclavos a inicios del siglo XVI estableciendo ahí uno de los principales focos de desarrollo de esta cultura religiosa surgida en Nigeria y practicada aún en la actualidad.
Es esa capa exquisita de la cultura la que el Museo nos esconde, ese viaje mitológico que se vuelve contemporáneo, y que enriquece, da vida a las figuras expuestas como arte muerto, pues quien ha estado en Salvador de Bahía o Espírito Santo en Brasil, podrá apreciar el fenómeno ritual en torno a los dioses yorubas tales como Ogum el guerrero, o la veneración a Yamanja, diosa del mar, figuras presentes en la mercadería religiosa que se consume en las arenas del Atlántico y que se vende como pan caliente a los turistas de corazón occidental que ven con gracia y anhelo la veneración a los Santos y su significado vital en la permanencia de las costumbres - que nadie pretende abolir por lo demás, pues el catolicismo ya fue vencido en esas tierras- y los ritos de la población de ascendencia africana.
Ahora bien, es impactante la pulcritud y el detalle de la obra en sí, que sin la exposición no tendríamos en cuenta, una técnica impecable para fundir los materiales y darles forma, especialmente los realizados en cobre, material de difícil aleación por su composición, cuyos resultados son figuras altamente representativas de esta cultura que enaltece el ícono de la cabeza tanto para los reyes así como para los visitantes extranjeros amordazados o los animales de sacrificio religioso.
Contradicción: El museo nos lo muestra. El museo es frio y calculador. ¿Prescindimos del museo? Lo dudo.
Y si, “enciclopedismo” podríamos llamarle a estas exposiciones muséicas que esconden el corazón exquisito del arte, ya sea contemporáneo o de tiempos remotos, en piezas desempolvadas para el deleite del ojo arqueólogo, acto que sin duda es respetable y de alto valor en cuanto a la conservación histórica del arte y la cultura, pero un tanto reprobables ya que son mostradas con una frialdad que no representa en alto grado lo que cada cultura contiene.
La expo Dinastía y Divinidad de la cultura Ife, nos muestra 109 piezas realizadas en cobre, terracota, piedra y cristal, que han sido cedidas para la itinerancia por Europa y EE. UU., por la Comisión Nacional de Museos del Gobierno de Nigeria, piezas creadas por los yoruba entre los siglos XII y XV.
Es fundamental la relación establecida entre arte y cosmogonía yoruba, la definición de orixas en su cultura, que son los santos, primeros pobladores de la tierra, la presencia de la música en sus manifestaciones artístico religiosas, la representación de los dioses en distintas formas de la naturaleza y su influencia especial en sectores de Brasil, donde los orixas o yorubas llegan como esclavos a inicios del siglo XVI estableciendo ahí uno de los principales focos de desarrollo de esta cultura religiosa surgida en Nigeria y practicada aún en la actualidad.
Es esa capa exquisita de la cultura la que el Museo nos esconde, ese viaje mitológico que se vuelve contemporáneo, y que enriquece, da vida a las figuras expuestas como arte muerto, pues quien ha estado en Salvador de Bahía o Espírito Santo en Brasil, podrá apreciar el fenómeno ritual en torno a los dioses yorubas tales como Ogum el guerrero, o la veneración a Yamanja, diosa del mar, figuras presentes en la mercadería religiosa que se consume en las arenas del Atlántico y que se vende como pan caliente a los turistas de corazón occidental que ven con gracia y anhelo la veneración a los Santos y su significado vital en la permanencia de las costumbres - que nadie pretende abolir por lo demás, pues el catolicismo ya fue vencido en esas tierras- y los ritos de la población de ascendencia africana.
Ahora bien, es impactante la pulcritud y el detalle de la obra en sí, que sin la exposición no tendríamos en cuenta, una técnica impecable para fundir los materiales y darles forma, especialmente los realizados en cobre, material de difícil aleación por su composición, cuyos resultados son figuras altamente representativas de esta cultura que enaltece el ícono de la cabeza tanto para los reyes así como para los visitantes extranjeros amordazados o los animales de sacrificio religioso.
Contradicción: El museo nos lo muestra. El museo es frio y calculador. ¿Prescindimos del museo? Lo dudo.
Bernardita Lira Manriquez
Madrid, noviembre de 2009.
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