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REVISTA LECTURAS

miércoles, 6 de enero de 2010

DOS CUENTOS DE ANÍBAL ESCOBAR: Isabel / El Ratero

Aníbal Escobar Olmedo nace en Santiago de Chile en mayo de 1987. Sus primeros acercamientos a la escritura son en verso y después de algunos años pasa a la narrativa. Actualmente reside en Ñuñoa, tiene un poemario (aún no publicado) llamado Insomnio y trabaja en su primera novela.


Isabel

"Fue en el primer desierto.

Dos brazos arrojaron una gran piedra.

No hubo grito. Hubo sangre.

Hubo por vez primera la muerte.

Ya no recuerdo si fui Abel o Cain."

Jorge Luis Borges

“El infortunio es múltiple. La desdicha sobre la tierra, multiforme.”
Edgar Allan Poe


La habitación se hallaba totalmente oscura, pero aún así, la sabíamos en completo desorden. Allí estaba el poeta, tirado encima de la cama y seguramente abatido después del incidente. Es raro pensar que las cosas, por crueles que sean, se vuelven parte de la vida cotidiana. Calamitoso es darse cuenta de que aquella cotidianidad ha concluido y que no existe nada que nos la devuelva.

En el instante en que la vi desde mi ventana supe de inmediato lo que estaba pasando. Sin prisa alguna salí de mí apartamento y noté que el hippie ya estaba afuera. Me di cuenta de que aguantaba el llanto, era demasiado sensible, por eso es que con Rodrigo y su novia Isabel lo molestábamos tanto poniendo en duda su sexualidad. La cuestión es que nos saludamos y raudamente subimos en dirección al apartamento de la señora Sonia, la puerta estaba abierta y deduje que ella no se encontraba, lo que tenía bastante sentido con que las cosas se hubiesen salido de control.

Mierda, me corté el pie con un pedazo de vidrio. Te pasa por andar descalzo… uy, digo descalza; te pasa por hippie y maricón. En el lugar había más sangre de la que expulsaba el pie recién herido. Con un poco de nausea nos acercamos al cuarto del poeta y otra vez sin ninguna prisa, yo fui el primero en abrir la boca. ¿Y tu mamá?. No estaba y menos mal, porque seguramente también le hubiese tocado. Ahora sí que fue grave, hubo mucha más bulla y casi toda la gente del edificio se halla afuera de sus apartamentos.

Después de que pronuncié las últimas palabras transcurrió un buen rato antes de que se reanudara la conversación. Yo me encontraba en el marco de la puerta del poeta y el hippie lloraba disimuladamente en el pasillo. La pieza de Rodrigo se hallaba completamente oscura y allí estaba él tendido en la cama. Yo sólo era capaz de ver su silueta.
No sé por qué, pero recordé la primera vez que Rodrigo me contó que había golpeado a Isabel, nunca me di cuenta de cómo algo que parece un hecho tan alejado termina transformándose en rutina. Es cierto Animal, esta vez fue más grave, le rompí la botella en la cara y creo que no se acabó ahí; no estoy totalmente seguro. La voz del poeta dejaba notar arrepentimiento y cierta gravedad, pero no la gravedad suficiente; él, desde su ventana, no había visto a Isabel desvanecerse y caer muerta entre la gente que se acercaba a ayudarla.


El ratero

-¡Salga! ¡Rápido! ¿Es cierto lo que la mujer dice?
-Por supuesto que no oficial.
-Entonces explíqueme usted ¿Por qué ella ha llamado a la policía?
-Porque no sabe lo que hace señor. La verdad es que yo ahora tampoco sé qué hago aquí. Ah, no debí haber…
-¡Sin quejas! ¡Vístase! -Y luego dirigiéndose hacia la mujer. -Con usted ya nos comunicaremos.
Después de arroparse lo sacaron del apartamento. En la escalera gran número de vecinos se asomaba a averiguar lo que sucedía; no hay nada que ver aquí repetía uno de los policías, pero los vecinos no entraban a sus viviendas. Al bajar la escalera un cuarto policía que servía de conductor le esperaba con la puerta derecha del radiopatrulla abierta. El camino en dirección hacia la comisaría no duró mucho; el silencio en aquel trecho fue absoluto. Sólo una vez en la jefatura recomenzó el interrogatorio.
-Aquel es un pésimo barrio y usted no se ve un mal hombre. Además la mujer que nos ha llamado se encontraba en un estado de ebriedad penoso; mucho peor que el suyo. Dígame ¿Es ella una prostituta?
-No, supongo que no. Bueno si.
-Decídase.
-Si, si es una puta; pero no precisamente de las que cobran. Es una puta de las que engañan, las peores; esa clase de infidelidad que a uno no debiera importarle, pero de una u otra forma ella se las arregla para que sí te importe y para que no te alejes y para que no… no sé. ¿Entiende?
-Sabe usted por qué razón ella nos ha llamado.
-Ni idea oficial, yo casi dormía cuando usted y los otros irrumpieron en la habitación.
-Esto va para lento -dijo un oficial. -¿Gusta un cigarro? ¿Un café quizá?
-Me vendría muy bien. Gracias.
El hombre no vestía de manera andrajosa, ni estaba tan bebido, ni mostraba indicios de culpabilidad, aun así era extraño ver tanta cortesía en los oficiales de policía; nunca son así.
Mientras fumaban y bebían café cortado el oficial explicaba que la mujer había llamado argumentando que tenía a un ratero en casa; que estaba ella encerrada en el baño y que escuchaba con desesperación los intentos descontrolados que el granuja cometía para profanar la cerradura.
-El caso es que cuando ingresamos a la vivienda ella lloraba y usted yacía, en mi opinión, durmiendo profundamente.
-Es atroz que haga ese tipo de cosas. Como le he dicho yo casi me dormía. Como le he dicho ella ha perdido la cordura: no sabe lo que hace. Yo no debería haber estado ahí. Debí haber estado en casa con mi mujer y mis hijos, pero… ya sabe usted, la rutina nos mata. ¿Se fijó que bien nos veíamos ella y yo en la foto junto al espejo, esa en la que posamos sobre la arena de la playa? La sacó una persona de buena voluntad a la que no conocíamos. Recién habíamos empezado nuestra relación y decidimos irnos a la playa; no recuerdo que le dije a mi esposa para desmentir aquel viaje… cuánto daño he hecho a mi familia. Por dios.
-La rutina es horrenda y el tiempo nuestro enemigo. Lo comprendo señor. Puede pasar el resto de la noche en la comisaría, o bien si gusta emprender su camino de inmediato.
El hombre salió de la jefatura y sonrió. Luego comenzó a caminar y, poco antes de llegar a la casa de donde recientemente lo había sacado la policía, se sentó en el suelo y lloró largamente.

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