Madrid - Santiago, Spain
REVISTA LECTURAS

domingo, 27 de diciembre de 2009

POESIA: CARLOS HENRICKSON, anticipo del libro "Fundacionales" de la sección `Conquista`.


Carlos Henrickson (Santiago, 1974) Es poeta y narrador. Ha Publicado: Ardiendo (poemas; Santiago: Ed. Etcétera, 1991), Y si vieras la mañana (cuentos y poemas; Concepción: SRF Ediciones, 1998); Aviso desde Lota (poema-tríptico; Concepción: NeaVista Ed., 1998); En tiempos como éstos (cuentos; Valparaíso: Gobierno Regional de Valparaíso, 2002); An Old Blues Songbook (poemas; Santiago: Ed. del Temple, 2006); Ajuste de Cuentas - Jaunesse 1 (plaquette de poemas; Santiago: Ed. Alquimia, 2009). En preparación: Despoblamiento - Jaunesse 2 (poemas), Fundacionales (poemas), Esplendor (cuentos).


III

Una imbecilidad encima

de otra: estrato tras estrato

de estulticia, destella el metal

baluarte del mundo, pisa el suelo

y ahora, que no vuelvan sin noticias

dignas de fe. Caminaron

por la vereda, había un circo

donde el curso del río –famoso

por obscenidades de todo género.

He ahí la riqueza, pensaron

-le dijeron de vuelta a mi capitán-

cantan gritan saltan, mano

contra mano arrugada por el deslave

brutal. A lo lejos en Quillota

unas piedras, el fuego -el sello,

el oro viene desde acá, lo trae

esta bendita agua. Cada invierno

se agolpa y echa a perder

el suelo: en mi vida tierra

más húmeda. Juegan dados,

se emborrachan y brindan

hasta que no dan más –cada muerto

en Flandes se nombra. Hay

espectáculos en la noche.

La capitana corta cabezas.

El capitán hace la vieja rutina

del trigo derramado –en la mañana:

todos terminan aprendiendo

que este suelo es débil, que esta ciudad

se hace pedazos de vez en cuando.

11 de Septiembre: el capitán

llora sobre los registros

destrozados, corta una lonja del acta

de la fundación, la quema y termina ebrio

celebrando lo bien que baila

el mozo de los establos, la capitana

entra al edificio flamante tras

la batahola, arroja monedas blandas

sobre mesas atiborradas de mercaderes,

se divierte, todo tiembla aún

y ella baila porque jota y nueve –once,

once no más la mesa, estrato contra

estrato se friega y se remece; imbecilidad

tras imbecilidad, una encima

de otra. Imagínate. En vez de ratones,

vómitos fugaces y vanos

de pólvora, lado a lado del estero

Marga-Marga.


IV

Cae la noche sobre la litera-

tura, en litorales mal alumbrados

muere gente, se pasan la merca

a la salida, se guarda en el botiquín,

segura para que cuando lleguen –¡o sí,

cuando lleguen!- nada pase. Salen

un día a matar al poeta, no encuentran

sino arena agobiante, aromos rubios,

estrellas que titilan ante este melan-

cólico que todavía sueña. Cuando lleguen

-¡o sí, cuando lleguen!- se acaba

el juego, así que echan todas las botellas

a la arena, botan toda la basura

al amplio escenario de las olas

y hacen como si celebraran

amores y declamaran al universo

entero, la boca abierta y la vergüenza

a cien kilómetros. Empleados angurrientos

caminan por la casa del vate,

no hay aspirinas para este dolor

persistente en la cabeza, mas cuando lleguen

-¡oh sí, cuando lleguen!- hasta

lo que ya dimos nos será quitado, y una aurora

-cadenas rotas, sacros himnos,

nuevos nombres- dará al trasto

con toda esta masa penumbrosa.

No saben aún el daño que hacían. Les gustaba

mucho cantar. Toda la noche

contaban historias para que sus hijos

las contaran otras noches –cae la noche, siempre,

sobre la literatura-, y el diablo

les daba clases de guitarrilla, y después

en cualquier umbral, en cualquier

estación, dejan la gorra en el suelo.

Un amplio repertorio para la larga

noche –no olvidar la del arriero, no olvidar

la palomita-, repasan y repasan en la dolida

cabeza, no se les vaya a olvidar;

el poeta va a darse un baño, suban,

compañeros, la felicidad es este

nuevo amanecer, ha muerto alguien más

en la esquina, no prendan la radio,

déjenlo dormir.

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