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REVISTA LECTURAS

martes, 22 de diciembre de 2009

PRESENTACIÓN del libro Solsticios* de David Villagrán, por Ernesto González Barnert



Es un libro difícil de sopesar, no sólo por el gesto estético-político de escribir un libro a la contra de los tiempos, como si el agua no pasara bajo el puente. Un libro tallado en vieja fragua, inflexible. Un libro como si fuera una pieza arqueológica encontrada en estos montículos. Digamos un jarrón sin colores. Pero que los tuvo. Y chillones.

Un solsticio en nuestras manos.

Y aunque esos colores ya no son chillones en sí. David Villagrán Ruz (Stgo,1984) nos hace recordar y evocar aquellas pinceladas. Provocarnos con su lengua ceñida al corsé del siglo de oro y al canon clásico de la poesía, esencialmente, fluidamente, no únicamente. Donde embiste una y otra vez la forma desde la forma, Sin duda, clasicista. Pero también radical. Un gesto lo suficientemente inteligente y tajante como para poner el acento a una época que, autocomplaciente en su falta de rigor, no se esfuerza por marcarlo. Donde el verso libre ha terminado siendo un juego de tenis con la red abajo –siguiendo a Robert Frost-. Y no podríamos decirle que no leyendo al último Premio Neruda.

Bueno, ¿Pero qué asunto trae a nuestro canto?

Apuntemos: todo lo que eleva el corazón. Glosa de una luz tensa por una idea que ama.

“Así confunde cielo claro y lecho abierto
ambos, con el viento en su principio,
y habla de una amante joven siempre,
de una diosa que oye con el pulso.”

Sondeo de engendrar una forma en el temblor difuso de la lluvia. A manos vueltas cuenco en altamar. Con sudor lavar nuestra violencia, herrero. Así en el ritmo de la fuga escoge la insistencia de una líneas. Soñándose pastor de su desgracia. Aclara:

“te llamas como yo”

Pero también sabe que ese rostro ya ha muerto suficiente.

Sin duda, este libro habla de alguien enamorado de las palabras, sus golpes, sus sombras. Esa literatura que nos llama a regresar de la muerte. En su espejo reflejarse. O deberíamos decir: navegar.

Villagrán Ruz más en su propia corriente que a contracorriente abre fuego a arcabuzazos. Y digamos que hiere. Y en las heridas que deja, que abre en el fondo su libro, un poema no es algo que se ve, sino la luz que nos permite ver.

“con el índice apuntó diciendo: el mar.
El mar nunca se halla satisfecho.”

Diciembre, 2009

* * *

2 poemas de Solsticios

Prodigio de nave circular
que circunda y al par circunnavega


Incapaz de cavar en las olas
El pecho cóncavo sin motivo, late
Hurga el espacio como agua caída
Recurre a los esquemas de la mano

¡Madera! Madera que el círculo ama
La nave de sal donde la lluvia confía
Sin perfume el aire la levanta
Sin encontrar la noche, la domina

Y avanza, con sus sueños en espadas
El ritmo de los remos, el oído del oleaje
Canta, sin guardar secreto
De cuando trazó la espuma, la luna llena

Mares superiores carentes de memoria
Fuimos marinos antes de llegar el mundo
Años dando con estos años caza
Construyendo cada uno de los puertos

Pequeñas ascuas
Pequeñas ascuas para la niebla
Antes el cielo fue extensión cuadrada
Alrai, Polaris, Boötes, pura piedra.

Sin mayor condena que tocar la tierra
Hubo muerte donde vida no habría
Agua, en lugar de las palabras.

Lejos de todo, tomamos posesión de la nave
Sí este sol es la idea del guía.


***


Aunque las lanzas arreciaron en torno en tormentas
de hierro, su vano juego fue inocente de heridas.


A la vista las redes descansan
Lo que oculta esperó la semilla
Un montón de huesos eludiendo la jornada
Y muros
Atestando con despojos la móvil hacienda
Que el canto pagó con sopor y fue sueño
Cambio seguro, hocico en moneda extranjera.

Rápidos perros arrastran el carro dorado.

Si calzan las horas el estómago de un cuervo
Que otro sueño
Otro sueño agencie a las aguas ventura
O de puerto a ribera se levante aurora negra

Porque hay la noche castigada por el fuego
E incapaz discierne en bandos a la muerte

Humo donde lucha la amistad
Tierras. Mares. Piras de cielos
Uncidos al yugo de los días

Pon tu corazón en la balanza
Que nadie mida el púrpura de la siembra
Una estación entre estaciones cava
El surco que otro surco canta

Hambre nueva, ceniza entre los dedos
Siembra y siega útil como tumba
Cuando el jardín es un olor que sobrecoge
Y viste monte claro, día tibio.


*Solsticios, Marea Baja Ediciones, 2009.

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